El chisme, cizaña social
Gustavo Páez Escobar
El alcalde de Icononzo nunca llegó a suponer que el decreto 091, dictado dentro de los estrechos linderos de un vecindario de 11.500 almas, le daría la vuelta al planeta y conseguiría para la localidad, según una crónica periodística, el rimbombante título de capital mundial del chisme. Se trata de una nombradía ingrata, que no corresponde a la realidad, pero que al mismo tiempo hace conocer a Icononzo más allá de nuestras fronteras (cuando los propios colombianos no tienen conocimiento exacto de este montañoso territorio incrustado en una vertiente de la cordillera Oriental).
Parece que el decreto se ideó como instrumento para contrarrestar la oposición de algunos dirigentes locales, y terminó involucrando a toda la población en el terreno del chisme. Razones tendría el alcalde Ignacio Jiménez para expedir la norma citada, en virtud de la cual se castiga con multas y cárcel a los chismosos del pueblo. Dice el funcionario que sesenta familias tuvieron que desplazarse el año pasado de su jurisdicción y varias personas están encarceladas en Ibagué, debido a que las habladurías populares las vinculaban con grupos guerrilleros.
Quizá se trate de una alcaldada la expedición del precepto por parte del singular burgomaestre, al invadir los terrenos de la ley penal, que contempla penas severas para los delitos de injuria, calumnia, falso testimonio y similares. De todas maneras, él ha puesto el dedo en la llaga sobre uno de los vicios más arraigados del pueblo colombiano. En otro sentido, sus enemigos argumentan que con esa disposición se ha estigmatizado el nombre de Icononzo con una calificación degradante.
El susodicho decreto –que de paso se volvió un personaje en la historia local– ha polarizado al municipio. Arbitraria o inocua, legal o ilegal, la norma contiene un fondo moralizador, de carácter simbólico (o pedagógico, como lo llama el alcalde), que no se puede ignorar. Tal vez el mandatario, sin proponérselo, llevó a cabo la brillante alcaldada, que desde luego no le reconocen sus opositores, con la que puso a pensar a Colombia.
Del chisme, como de la calumnia, algo queda. Quitar honras bajo las sombras de la murmuración, o levantar cuentos que desacreditan al vecino, o propalar noticias que causan daño, es nociva tendencia humana. En Colombia se convirtió en deporte nacional.
Las almas torcidas gozan llevando y trayendo cuentos. Con el chismorreo se destruyen prestigios y se fomentan enredos devastadores en contra de una persona o de una familia. El chismoso mueve la lengua, tira la piedra y esconde la mano. Y como goza de impunidad para la difamación, nunca es castigado. Pretendía hacerlo el alcalde de Icononzo, pero se le han atravesado serios obstáculos.
El chisme, la murmuración, el chismorreo, la habladuría, el cotilleo, la hablilla, el embuste, el cuento, la mentira, el comadreo… son actitudes que se anidan en las conductas morbosas para distorsionar la verdad. El Diccionario de la Real Academia define el chisme como “noticia verdadera o falsa, o comentario con que generalmente se pretende indisponer a unas personas con otras o se murmura de alguien”.
No creo que los habitantes del municipio tolimense sean los más chismosos del mundo. ¿Cómo se hace esa medición y quién la realiza? En todas partes existe la misma especie antisocial de los difamadores, y en algunos lugares actúan de manera más pronunciada y destructiva que en Icononzo.
Pero este pueblito acaba de ganarse una fama absurda –por fortuna perecedera, como todas las famas–, gracias al viaje que unos periodistas hicieron allí para informarse de la extraña norma municipal. Y descubrieron el decreto 091, que según ellos le ha dado la vuelta al mundo. Otra exageración.
Por supuesto, fueron ellos quienes se inventaron el apelativo para los vecinos del municipio. A Icononzo llegaron tras un rumor sugestivo (otro señuelo del chisme), y a raíz de sus comentarios de prensa se armó soberano embrollo. Así hay que llamarlo, pues después de las crónicas periodísticas la población se dividió en dos bandos: los que están con el alcalde y los que buscan su salida.
Ahora los rumores galopan por la epidermis pueblerina. Por curiosa analogía, el nombre de Icononzo (que proviene del término indígena “icononzué”) significa “murmullo de aguas”.
Con la exhibición de la comedia ligera que los periodistas montaron en el poblado, se toca un nervio sensible de las costumbres colombianas: el del chisme como cizañaza social. Dicha realidad, causante de incalculables destrozos humanos, es la que interesa a esta columna. La otra hipótesis, la tergiversada figuración del municipio como “capital mundial del chisme”, no pasa de ser un pasatiempo frívolo. Una noticia chismosa.