Alas de papel
La Academia, en fin de cuentas, no hace otra cosa que investigar para, en últimas, protocolizar lo que la costumbre se ha encargado de imponer. Por eso nuestro real diccionario vive desactualizado. Alguien le replicó a un académico: «usted sabe gramática, yo sé escribir».
ESTE LIBRO
Mi libro está hecho de recortes. Pero no es una colcha de retazos. Estos recortes llevan alas. Sobre mi mesa de trabajo he volcado papeles y recuerdos. Es una manera de volver sobre uno mismo, repasando fatigas y satisfacciones. Frente a mis escritos, trabajados a lo largo de cinco años de recias vigilias, y valerosamente, el ánimo no puede hoy menos de sentirse fortificado.
Fue el 30 de mayo de 1971 cuando la página literaria de El Espectador publicó mi primer cuento. Lo que pudiera haber sido una intromisión en las letras, se consolidaría en empeño inquebrantable. Y al paso de los días continuaron hilvanándose páginas perseverantes hasta plasmar una vocación literaria. El Espectador, amplia casa del pensamiento y mecenas de escritores, «alborotó» mi entusiasmo. El aliento dispensado a mis escritos me obligó a no retroceder.
En La Patria, de Manizales, otra cuna de la intelectualidad, ensayé, con igual suerte, mis afanes espirituales. Allí se ha formado toda una generación de escritores, y poder siquiera rastrear sus huellas es ya bastante privilegio.
Son cinco años de ejercicios. Cinco años de sudores. Revuelvo ahora recortes como reviviendo emociones. Se entrecruzan crónicas, cuentos, ensayos. Y se agiganta el alma. Es el itinerario de un ciclo vivido con reflexión, puede que con prisas y sobresaltos, pero en todo momento con la mente abierta y el corazón amplio. Procuro hacer del caso común un punto de apoyo para la inteligencia y para la fabricación de ideas. Detesto las cosas pesadas y por eso mis escritos son leves como espuma.
Entresaco varios trabajos, algunos inéditos, los repaso, los pongo en línea… ¡y ya! Queda hecho un libro. Son temas diversos que pueden leerse en cualquier orden. Tienen la ventaja de permitir saltar páginas para llegar pronto al final, si el lector resiste tanto.
MI libro no tiene prólogo. Es casi una orfandad. No sé si sea una lástima o una fortuna.
Escribir es una actitud del alma. Transitar por los misterios de la palabra, crear imágenes, enhebrar ideas, será siempre, y en cualquier circunstancia, la mayor conquista del espíritu. La palabra escrita es búsqueda, amor, canto. Es sufrimiento y es triunfo. Es agonía, y también luz. Y por sobre todo es vida.
GUSTAVO PÁEZ ESCOBAR
Un fragmento de la obra
EL ESTILO
Es el estilo un distintivo, una marca de fábrica. Se dice que el estilo es el hombre. Por su manera de ser se distingue una persona de otra. Por la forma de escribir se diferencia un escritor de otro. Los maestros de la literatura insisten, en variados tonos, en que el escritor debe poseer ciertas condiciones básicas. Se habla también de poderes, de inclinaciones innatas. El estilo se puede superar; no pasa lo mismo con el ingenio, que es algo intrínseco. Se hace énfasis en la pureza y la propiedad; en la espontaneidad; en la fluidez. Ortega y Gasset pedía: temperatura, densidad y música.
Estas cualidades, de tan complejo calado, son reglas de oro. El catálogo parece simple. Lo arduo, lo inalcanzable a veces, consiste en mezclar esos misteriosos ingredientes para imprimirle vida a una página. El mundo está lleno de eruditos, de académicos, de maestros de la gramática, y hasta de sabios, pero no de genios. Un Dalí, o un Chaplin, o un Borges, o un Churchill, o un de Greiff, para reseñar apenas algunas de las genialidades, en sus diversos matices, de épocas recientes, solo se revelan de tarde en tarde.
Abundan los pontífices que predican teorías y que sin embargo no saben crear. Escribir bien no es necesariamente saber mucha gramática. Casals nació con la música en el cerebro y ya desde niño, ajeno aún a solfeos y partituras, era un virtuoso. En la literatura deben observarse, obviamente, ciertos cánones y no atropellar la lengua, pero no esclavizarse a gramatiquerías ociosas ni a reglas ortodoxas. Los preceptos son cambiantes, nunca rígidos ni estáticos.
El arte de escribir, dice Silvio Villegas, no está en un vocabulario muy rico, sino en darles una cadencia o un sentido nuevo a las palabras comunes. La cadencia de que habla el maestro no es otra cosa que la musicalidad, la fluidez, la elegancia, dones estos que solo son posibles en un gusto fino; o refinado, mejor, para que el término indique con mayor propiedad la lucha constante que debe imponerse el escritor. Silvio Villegas, que nos ha legado páginas sublimes en la magia de la expresión, asombra con la sencillez, con la sonoridad, cuando al propio tiempo nos está deslumbrando con el esplendor y la profundidad de su pensamiento.
El lenguaje ampuloso es basura. Es fácil distinguir lo superfluo, lo afectado, de lo sobrio y lo exquisito. Incapaces muchos de crear una imagen o expresar un pensamiento, acuden al término sofisticado, torturante para el buen gusto, para ocultar su impotencia. Abusan del circunloquio, de la vaguedad, porque son inhábiles para la concisión y la elocuencia. Construyen frases perfectas, gramaticalmente hablando, y martillan puntuaciones reforzadas que hieren la fluidez; así, el contenido es hueco, sin consistencia y sin altura.
El buen escritor, el artista, con un brochazo nos pintará un paisaje y con pocas palabras nos inquietará la mente. Sin palabras altisonantes, sin términos misteriosos –de esos que hacen consultar el diccionario a cada momento–, nos deleitarán sus argumentos y nos harán pensar. Vivir es saber pensar. El lenguaje sobrio, ajustado, bien medido, es un condimento para el buen paladar. El pintor, lo mismo que el poeta, lo mismo que el músico, lo mismo que el escultor o el escritor, llevan en el subconsciente esa vena, esa rara inspiración que no en todos aflora con igual propiedad; y por eso lo que en unos es mediocre, o apenas común, en otros se sublimiza y se manifiesta en brotes de genialidad.
Los puristas, tan esclavos del perfeccionismo –y ya se sabe que el perfeccionismo, como todo extremo, es vicioso–, pierden sus prédicas atacando giros o palabras que, por no haber recibido las aguas bautismales de los académicos, los consideran un atropello. Son, con todo, expresiones de uso común y expresan, mejor que las sacrosantas, el verdadero sentido, la verdadera traducción vernácula.
Trate usted de encontrar en el Diccionario de la Real Academia un sinnúmero de palabras en boga, empleadas en el lenguaje popular y también culto, y no solo estarán ausentes sino que, de pronto, recibirá un regaño por tratarse de un galicismo, de un barbarismo, de una asonada contra el idioma. Esa palabra, hoy bárbara, medio sacrílega, en pocos años entrará con todos los honores a los registros académicos, con una larga lista de acepciones que ni siquiera habíamos sospechado.
La Academia, en fin de cuentas, no hace otra cosa que investigar para, en últimas, protocolizar lo que la costumbre se ha encargado de imponer. Por eso nuestro real diccionario vive desactualizado. Alguien le replicó a un académico: «usted sabe gramática, yo sé escribir».
El estilo es el hombre. Lo mismo en la vida privada que en la intelectual. En un mismo periódico, en una colección de libros, se encuentran el estilo pendenciero con el sencillo; el complicado con el llano; el altruista con el ególatra; la modestia y el narcisismo; la humildad y la soberbia; lo florido y lo estéril. Se unen, en fin, la cima y la sima. Es inevitable, porque tal es la miscelánea de la humanidad.
Lo que se escriba, o se ejecute, o se cree, será siempre el espejo del alma. Y el alma es sensitiva, como puede ser burda. Imposible remediarlo.
Fragmentos
Como lo recuerda Gustavo Páez Escobar en su último libro Alas de papel, aquí, en nuestro Magazine Dominical, se publicó su primer trabajo intelectual. Era un cuento. El 30 de mayo de 1971, por lo tanto, arranca su tarea pública de escritor. Y desde esa época nos ha seguido acompañando en las páginas dominicales y con sus breves ensayos que insertamos en nuestra página editorial.
La constancia y la fe de Páez Escobar en el destino de la inteligencia se hacen evidentes en sus tres libros publicados. Los dos primeros, las novelas Alborada en penumbra y Destinos cruzados. La crítica, en su oportunidad, se ocupó ampliamente de ellas.
Alas de papel es un libro integrado por tres secciones bien delimitadas en el orden intelectual: el breve ensayo literario, la crónica y temas esenciales a la colectividad. En ellos se desenvuelve con natural predisposición para destacar lo que merece consagración por su incidencia en la inteligencia o en la sensibilidad.
En la crítica va adentrándose con reflexiones acerca de la misión del escritor, las características del estilo, para avanzar por el mundo intelectual y creador, en la poesía y en el ensayo, de Alberto Ángel Montoya o de Otto Morales Benítez. Igualmente se detiene en la obra folclórica de Jaramillo Arango; en las producciones de Humberto Jaramillo Ángel, de Jorge Santander Arias, de doña Sofía Ospina o de Alirio Gallego Valencia.
En cuanto a lo que interesa a la comunidad, especialmente a la de Armenia, en donde vive, se podría decir que formula análisis acerca del desenvolvimiento económico, social, cívico de la comunidad. Todo ello puntualizado en un nombre, Raúl Mejía Calderón, que allí es paradigma de las grandes empresas colectivas.
La crónica la maneja con destreza. Lo mismo le sirve la frialdad y crueldad de Francisco Franco, que la rebeldía juvenil, la violencia urbana, los cementerios quimbayas, el desnudismo o los toros, para, en breves síntesis, señalar cómo reacciona, sueña, se alegra o angustia la humanidad. A Gustavo Páez Escobar, nuestro colaborador, le han dado dos medallas por su obra intelectual: La Flor del Café y la de Eduardo Arias Suárez, Calarcá, en memoria del gran cuentista hoy tan extrañamente silenciado en críticas y antologías.
Ahora este libro Alas de papel vuelve la mirada intelectual justamente hacia la obra del escritor Páez Escobar y exalta, una vez más, la admirable labor del editor Javier Londoño en su ejemplar «Quingráficas», de Armenia. El Espectador, Bogotá, 23 de diciembre de 1977.
Por las páginas de Alas de papel, de Gustavo Páez Escobar, pasan los temas de la literatura, la crítica, las meditaciones acerca del destino del escritor. Se detiene el escritor en el análisis de libros que le han despertado inquietudes intelectuales y repite nombres que le han permitido adentrarse en los grandes conflictos del hombre. Además, una serie de crónicas sobre los más diversos temas. Estas Alas de papel confirman la vocación de escritor de Páez Escobar. El Tiempo, Bogotá, 29 de diciembre de 1977.
Gustavo Páez Escobar, banquero y escritor, literato y hombre de bien, entrega esta nueva producción como si entregara una parte de sí mismo, robándole tiempo al descanso y a la recreación. Pero afortunadamente, Gustavo Páez aprendió, hace mucho tiempo, que la más honda satisfacción humana es aquella que se logra con la creación artística. Gabriel Echeverri González, El Espectador, Magazín Dominical, Bogotá, 22 de enero de 1978.